La pareja imposible

15 de diciembre de 2006

Vaya por delante una confesión: me declaro culpable de adicción a las películas de infidelidades. Me libro del procesamiento porque no hay Garzones en el país fantasía. Pero una vez puesto un pie en tierra de lo que pueden acusarme es de ingenuidad aguda. Puede que alegue enajenación mental pero ese es mi pecado terrenal, por eso pueden juzgarme y endurecer la condena por agravantes: premeditación y ensañamiento.

Les pongo en antecedentes. Lejos de elegir vivir una vida tranquila y apacible, regida por el trinomio protector familia-trabajo-amigos, yo desarrollé un interés por ir más allá en el conocimiento de la naturaleza humana. Quise salir de la burbuja para respirar un aire que sabía que encontraría más contaminado y viciado pero también más auténtico. No quería filtros en mi camino y comencé a andar sin mascarilla.

Mi gran él siempre me advirtió: "ese no es mundo para ti, no tienes el estómago que se requiere, tus jugos gástricos no dejarán de segregar principios y te saldrá una úlcera con carácter de crisis existencial sin retorno". Yo siempre me defendí: "adoptaré mi forma estoica, me han enseñado a aceptar los mundos subterráneos que se sumergen en las sustancias grises pero creo en el triunfo de la virtud humana".

En el complicado mundo de la ambición y los intereses proliferan especímenes que inundan con sus miserias la marea de la civilización, pero hasta ahora siempre encontré en el horizonte islotes que quedaban a flote, a los que nadar, a los que aferrarse con el convencimiento de que ellos no se hundirían y sobre los que se construirían nuevas urbes no infectadas.

Ja.

Ayer, a mis veinte finales, después de haber sufrido en el trayecto la sed y el agotamiento de las traiciones, de las decepciones, las hipocresías y las pirañas cebadas con títulos académicos que elevan soberbias y arrancan corazones llegué esperanzada a uno de esos islotes. Cuando arribé a la orilla me puse en pie y entonces se me desprendió la venda de los ojos. Había llegado a la isla donde habita la erótica del poder y los inexcrutables caminos de la pitopausia están plagados de perfúmenes caros, reservados de restaurantes, frías habitaciones de hotel, inexistentes reuniones de trabajo nocturnas, niñas pijas universitarias, saludos esquivados y cabezas agachadas. En esa isla no encontraría mi salvación, estaba habitada por parejas imposibles, parejas condenadas a la invisibilidad pero que no podían disimular que el hedor a mezquindad y decadencia que lo embriagaba todo provenía de ellas... Recogí la venda avergonzada de mis pies y me tapé con ella la nariz. Di media vuelta y me volví a adentrar en la marea, esta vez sin rumbo.

Allí encontré a mi amiga, también de vuela de la desilusión, que mientras nada conmigo me pregunta consternada: "¿qué nos queda?".

¿Qué les quedó a Fidel Castro y el Che Guevara, a Bob Dylan y Joan Baez, a Felipe González y Alfonso Guerra?

A nosotras, con ellos y los cincuenta esperándonos para escribirnos a fuego el epílogo, puede que sólo nos quede el consuelo de la dieta de los lunes y la promesa de que como mucho se comprarán un BMW.

Y quizás el problema sea que nosotras, en lo que a ellos se refiere, no creemos en integridades gobernadas en división de poderes que destruyen coherencias, con los espejismos de mitos que nos fabricamos puede que sólo nos quede destruirlos a todos antes de que al acercarnos nos sigan abofeteando.

Se murió Pinochet

10 de diciembre de 2006

La muerte le ganó a la justicia.

Mario Benedetti.