Casualidades

21 de julio de 2011

O, como diría una buena amiga, "cosas que te pasan".

Primera

El primer fin de semana iba paseando por Addis con Zerihun, nuestro referente de la ONG aquí en Etiopía. En un momento dado le comienzo a preguntar por el cine Etíope y le pido nombres de cineastas destacados. Entonces él me contesta "ese". Yo no lo entiendo bien y, pensando que me estaba dando un nombre, le insisto: "¿quién?" y me vuelve a decir: "ese". Y entonces me doy cuenta que señala. En ese instante estaba pasando por nuestro lado un famoso director Etíope, Serawit Fikre. "El alto de la chaqueta marrón. Ese, ese es un director de cine Etíope". Yo no me lo terminaba de creer, le dije mil veces que se estaba quedando conmigo, que me estaba gastando una broma... pero no, era cierto. Al parecer está promocionando su última película. Tendré que verla...

Segunda

Chaveli y yo estamos en la Sebeta. En otro pueblo (Akaki), a menos de una hora de aquí, están Alejandra y Carolina, voluntarias de la escuela Abugida, escuela que gestiona directamente la ONG. Alejandra es de Badajoz y Carolina de Huelva. Habíamos mantenido cierto contacto por el facebook con motivo de venir aquí, pero nos conocimos personalmente en Etiopía. Los fines de semana nos encontramos y viajamos juntas.
El segundo fin de semana, en el largo camino por carretera hacia Arba Minch, charlábamos las cuatro sobre un poco de todo. Comenzamos a hablar de colegios (las cuatro somos maestras) y Carolina dice: "yo tengo un amigo trabajando en un colegio de Las Palmas". Pregunto si en uno público o privado. Dice "privado". Pocas posibilidades de conocerlo entonces, no conozco a muchos maestros de la privada, y menos de infantil. Entonces nos dice que es el director de la Etapa en ese centro. Se me enciende una luz y le pregunto: "¿No se llamará Juanma, verdad?". "¡Sí!" me grita. Sí, su amigo es el profesor de mi ahijado.

No los voy a salvar

14 de julio de 2011

Lo recuerdo perfectamente. Debía tener unos seis años, eran los 80 y la televisión mostraba imágenes de la sequía que asolaba Etiopía. Nunca había visto a niños sufrir y, que eso pudiera suceder, me resultaba incomprensible y absurdo, una especie de broma de mal gusto. Esas imágenes dieron un portazo a mi construcción infantil del mundo. Le pedí explicaciones a mi madre. Ella hizo lo que pudo, pero no me convenció.

- No tienen agua.
- Nosotros tenemos, ¿por qué no les damos?
- No tienen comida.
- Nosotros tenemos, ¿por qué no les damos?
- No tienen medicamentos.
- Nosotros tenemos, ¿por qué no les damos?

Como, al parecer, era imposible que les diéramos nada le pregunté que por qué no los traíamos. "En nuestra parte del mundo no hay esos problemas, tenemos de todo. Que se vengan". Tampoco eso era posible. Lo único que parecía posible era dejarlos morir de inanición. Esa fue la primera vez que cuestioné la supuesta inteligencia adulta. Me parecieron muy poco resolutivos y no podía entender cómo a una simple niña se le podían ocurrir mil soluciones y ellos, con toda su sabiduría y experiencia, eran incapaces de abordar una cuestión, a mis ojos, tan sencilla.

Desde que tengo la poca memoria con la que luego me quedé padezco una intolerancia grave a las injusticias. Además, poseo una especie de capacidad innata para detectar emocionalmente si en una situación se da una injusticia, incluso antes de comprenderla a un nivel intelectual. No concibo vivir a otro lado que no sea al de las injusticias (y la vida me ha demostrado que las injusticias las sufren, siempre, los más débiles). No entiendo que una injusticia pueda encontrarse sola, sin gente a su alrededor luchando por acabar con ella y reparar los daños. No consigo creer que el mundo pueda tener otros planes.

Así que tomé una decisión. Cuando creciera, y fuera autónoma e independiente, tomaría cartas en el asunto. Ahorraría de mi sueldo hasta poder comprar un avión. Además, construiría casas acogedoras de un extremo a otro de Andalucía (en mi mapa mental del momento Andalucía era la zona española que quedaba más cerca de África). Cuando lograra todo esto viajaría a Etiopía y llenaría mi avión cuantas veces fuera necesario para impedir que esos niños volvieran a pasar hambre, enfermedades, necesidades... Yo, los salvaría.

Hoy tengo 34 años. El día 03 de julio de 2011 cogí un avión con destino a Etiopía. El avión no era mío y los niños se quedarán aquí cuando yo regrese. No los voy a salvar.

A cambio, ellos han salvado para mí a aquella niña de 6 años.


Homenaje a Nadie.