En busca de la fecilidad

14 de abril de 2008

Ser "profe", para mí, tiene muchísimas cosas buenas. Entre ellas disfrutar de salidas programadas para los niños que al final disfruto yo creo que hasta más que ellos. El otro día tuve la oportunidad de, en una de ellas, escuchar a una magnífica cuentacuentos que nos encandiló con sus historias. Aquí les dejo una de ellas. Desde luego el directo es insustituible, pero este cuento por sí solo lo vale. Elenita, espero que te guste mi "renovación".

EL HOMBRE QUE TENÍA MALA SUERTE

Narrador: - Érase una vez un hombre que siempre tenía mala suerte. Los años iban pasando y aunque se esforzaba mucho, todo era en vano, seguía teniendo mala suerte.

Pasaron muchos años hasta que empezó a pensar de verdad en su situación. Después de darle muchas vueltas, llegó a la conclusión de que necesitaba ayuda. ¿Y… quién era más indicado para prestársela que Dios?

Así que el hombre decidió ir a ver a Dios para pedirle que le cambiara su mala suerte. Metió todo lo necesario para el viaje en un atillo y se acostó.

A la mañana siguiente se puso en marcha. Caminó, caminó y caminó durante mucho, mucho tiempo. Al cabo de algunos dias, nuestro hombre llegó a la selva y, abriéndose paso entre la maleza, escuchó de repente una voz estridente:

El Lobo: - “¡Oooooooh….oooooooohh!”

Narrador: - Asombrado buscó el origen de esa voz pensando que a lo mejor alguien podía estar necesitando su ayuda. Encontró un lobo y ¡cómo estaba el pobre animalito! Se le podían contar las costillas y el pelo se le caía a mechones; daba lástima verlo.

El Hombre: - ¿Qué te pasa lobo?

El Lobo: - Estoy mal, de un tiempo a esta parte todo me va mal. No tienes más que observar mi aspecto…

El Hombre: - ¡No! no me cuentes nada más porque yo también tengo mala suerte. Por eso voy a ver a Dios, a pedirle que me cambie la suerte.

El Lobo: - Por favor, pídele también un consejo para mí.

El Hombre: - Muy bien, no te preocupes, se lo pediré. Hasta pronto.

Narrador: - Caminó, caminó y caminó, mucho, pero mucho tiempo. Por fin llegó a la sabana. Hacia mucho calor. El sol quemaba y la sabana no parecía tener fin.

El Hombre: - ¡Hay, que no daría yo por un poco de sombra!

Narrador: - Nada más pensarlo vio a lo lejos un maravilloso árbol frondoso que invitaba con su sombra. Pronto llegó y se recostó a descansar apoyándose en el tronco del árbol. Nada más cerrar los ojos oyó una voz.

El Árbol: - ¡Oooooooohh! ¡Ooooooooohh!

Narrador: - El hombre abrió sobresaltado los ojos pero no pudo ver a nadie que estuviera quejándose. Nuevamente se recostó, y…. ¡otra vez escucho aquella voz!

El Árbol: - ¡Oooooooohh! ¡Ooooooooohh!

Narrador: - Así sucedió varias veces sin que averiguara la procedencia de aquellos quejidos. Hasta que por fin se le ocurrió preguntar:

El Hombre: - ¿Eres tú, árbol?

El Árbol: - Sí, yo soy.

El Hombre: - ¿Qué te pasa?

El Árbol: - ¡No lo sé!, de un tiempo a esta parte todo me va mal. ¿No ves mis ramas torcidas y mis hojas marchitas?

El Hombre: - ¡No sigas! Ya sé de qué me estás hablando. Yo también tengo mala suerte; por eso voy a pedirle a Dios que me la cambie.

El Árbol: - Por favor, pídele también un consejo para mí.

El Hombre: - Lo haré.

Narrador: - Y con esa promesa se marchó. Caminó, caminó y caminó, mucho, mucho tiempo.

El hombre empezó a adentrase en unos cerros que había más allá de la sabana. Un día, desde lo alto de una colina, avistó un maravilloso valle. Parecía un paraíso: estaba lleno de árboles, flores, prados, un riachuelo, pájaros,…Era una maravilla de lugar.

Bajando al valle descubrió, en medio de aquel precioso paisaje, una casa muy acogedora. Se acercó y vio que en la terraza, delante de la casa, estaba una mujer muy hermosa que parecía esperarle.

La Mujer: - Ven, viajero, ven a descansar.

Narrador: - El hombre aceptó de buen grado. Pasaron una velada muy especial. Tomaron una comida sabrosa y se contaron muchas cosas.

El Hombre: - Te veo triste.

La Mujer: - Sí, es verdad, desde hace algún tiempo no me siento bien. Vivo en este lugar maravilloso y, sin embargo, noto que me falta algo.

El Hombre: - ¡No sigas! Conozco la sensación, por eso voy a ver a Dios para que me cambie la suerte.

La Mujer: - Pues dile que te dé un consejo para mí.

Narrador: - A la Mañana siguiente el hombre emprendió de nuevo su viaje. Caminó, caminó y caminó, mucho, mucho tiempo. Al cabo de muchos días nuestro hombre llegó al Fin del Mundo. Se asomó. Miró hacia abajo, a la derecha, a la izquierda y hacia arriba, pero no pudo ver nada. Sólo había estrellas. De repente se formó una nube enfrente de él que fue tomando la forma de la cara de un hombre.

El Hombre: - ¿Eres Dios?

Dios: - Sí, yo soy.

El Hombre: - Las cosas me van mal y he venido para pedirte que cambies mi suerte.

Dios: - Muy bien. Estoy de acuerdo. Sólo hay una condición: tienes que estar muy atento y buscar tu buena suerte.

Narrador: - El Hombre que estaba muy contento, se despidió de Dios. Quería llegar rápidamente a su casa para ver si su suerte había cambiado realmente. Corrió y corrió y corrió durante mucho tiempo, hasta que llegó al valle. Estaba pasando de largo, frente a la casa, cuando la mujer lo vió y lo llamó.

La Mujer: - ¡Eh! ¡Ven aquí! Cuéntame lo que ha pasado.

El Hombre: - He visto a Dios y me ha prometido que me va a cambiar la suerte. Sólo me pidió que estuviera atento. Ahora tengo que irme, he de buscarla.

La Mujer: - ¿Y no te ha dado un consejo para mí?

El Hombre: - Me dijo que lo que te faltaba era un hombre, un compañero que compartiera la vida contigo aquí en este valle.

Narrador: - Con estas palabras a la mujer se le iluminó la cara y exclamó:

La Mujer: - ¡Sí! ¡Sí! eso es. Oye, y ¿quieres ser tú ese hombre?

El Hombre: - Me gustaría mucho pero no puedo. Tengo que seguir mi camino y buscar mi buena suerte. Adiós, me voy corriendo.

Narrador: - Corrió y corrió y corrió durante mucho tiempo. Después de varios días llegó nuevamente a la sabana y pasaba corriendo al lado del árbol, cuando este le paró y le interrogó.

El Árbol: - ¿Qué ha pasado buen hombre?

Narrador: - Nuevamente el hombre relató su historia y nada más terminarla quiso salir corriendo; pero el árbol le preguntó:

El Árbol: - ¿Y para mí, Dios no te dio ningún consejo?

El Hombre: - A ver… a ver si recuerdo… ¡ah! sí, me dijo que debajo de tus raíces había un enorme tesoro que te impide crecer. Lo único que tienes que hacer es sacar el tesoro; y todo te irá bien de nuevo.

Narrador: - Después de oír al árbol, el hombre quiso salir corriendo. Pero nuevamente el árbol lo paró.

El Árbol: - Mira yo no puedo sacar ese tesoro. Si tú lo quieres hacer por mí, te lo podrás llevar y así ser muy rico. A mí no me sirve y únicamente quiero que mis raíces crezcan bien de nuevo.

El Hombre: - Me encantaría ayudarte, pero tengo que seguir mi camino y buscar mi buena suerte. Lo siento, adiós.

Narrador: - El hombre corriendo de nuevo se alejó. Corrió y corrió y corrió durante mucho tiempo. Llegó a la selva y no pasó mucho tiempo cuando de nuevo oyó aquellos temibles quejidos del lobo. Quiso pasar de largo, pero el lobo le llamó. El hombre le contó de nuevo su historia. El lobo le preguntó:

El Lobo: - ¿Y para mí…., para mí no te dio Dios también un consejo?.

El Hombre: - A ver….a ver si me acuerdo…¡Ah! sí, me dijo que para ponerte de nuevo fuerte sólo tenías que hacer una cosa: comerte a la criatura más estúpida de la tierra, entonces te irá todo bien.

Para mis niños el cuento acabó aquí. Porque la cuentacuentos quiso darle la oportunidad al hombre de que se diera cuenta de su suerte. Y también les hizo prometer a ellos que lo harían en su vida. Siempre.

Narrador: - El lobo se levantó con sus últimas fuerzas y se abalanzó sobre nuestro hombre y… ¡Lo devoró!