Festival de cine de LPGC

5 de marzo de 2009



Creo que he llegado a la edad en la que, cuando algo que he visto nacer cumple diez años, no puedo evitar sentir el vértigo del paso del tiempo.

Mañana se inaugura la 10º edición del Festival de Cine de mi ciudad. Este año, nuevamente, no podré asistir y el exilio me duele más que nunca por ello.

Diez años de Festivales y todo un referente para medir mi metamorfosis vital en este tiempo.

El festival bebé llegó en el mejor momento. Aún estudiante, pude dedicarle toda mi atención. Lo disfruté como sé que ya jamás lo haré. Todo un legado de películas inolvidables que permanecerán para siempre ligadas a esas primeras ediciones y a mi irrepetible caballero cómplice de cine.

El festival niño me dio otra perspectiva. Coincidió con el momento de mi vida en el que, por alguna razón que aún no he descubierto, decidí pasar de disfrutar plena y despreocupadamente de las cosas para implicarme en ellas. Y ahora también echo de menos el agobio de la gente preguntándolo todo, el vestíbulo de las salas vacías, salir y entrar de una sala a otra como Pedro por su casa, hablar con la taquillera, observar a otros viendo películas, mi acreditación... Y hasta los celos de un novio que cree que el festival le roba un poco de mí.

El festival joven únicamente puedo leerlo en los periódicos. Sé que existe porque sale en la tele y he visto el cuadrante de turnos. Su materialidad me es ajena, a mi vida actual sólo puede aportarle añoranza.

El festival adulto es futuro, futuro incierto pero proyectado en mi imaginario privativo como la reconciliación, la reanudación de una relación maravillosa e imperecedera. Porque me esfuerzo para poder volver a permitirme el lujo de abandonarme a películas totalmente desconocidas, que de repente me regalen una gran sorpresa. Porque adoro encontrarme con historias inesperadas.

Feliz décimo cumpleaños. Cuando apaguen las velas, ustedes que pueden, soplen muy fuerte.