Las madrastras involuntarias lloran hasta la extenuación porque no le pueden explicar al príncipe destronado por qué ya no quieren ser princesas. Los príncipes destronados sufren mucho porque no saben cómo acabar el cuento sin su princesa.
Crecer de golpe toda una vida no es fácil. Los cuentos se sueñan entre nubes y la tierra está muy dura.
Hace diez años que la madrastra involuntaria cuelga estrellas en el cielo de su cuento con mensajes de perdón por haberlo abandonado. Pero el príncipe destronado hace tiempo que decidió partir con sus heridas de aquel palacio.
Ya no importan las súplicas ni las revanchas. En esto de los cuentos herir y ser herido duele para siempre.
La madrastra involuntaria paga hoy día su osadía. Se pregunta si bien valen aquellos paseos por las nubes luego toda una vida sin un resquicio de mutua devoción. Ella que nunca dejó de sentir admiración por el príncipe de su cuento vive con tristeza (de princesa) su penitencia.
Pero, ya sin cuento de hadas, la madrastra involuntaria confía en que sea la poesía que crece en la ribera de todo camino terrenal, aquí o allá, la que les encuentre nuevamente para seguir compartiendo el uno con el otro todo lo virtuoso que de aquello yació.
Ahora que no me buscas en el Amador, ahora que renuncio a mi perdón.