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Fuego en su cerebro

31 de julio de 2010

Una irresistible obsesión se apoderó de él: que su Finnegans Wake se había infiltrado en el cerebro de su hija y la había trastornado. Había concebido Finnegans Wake como una novela de la noche inconsciente (en tanto que opuesta al día de Ulises), una novela de oscuros juegos de palabras y asociaciones que quizá se aproxima todo lo que una obra literaria puede hacerlo al cerrado mundo de la psicosis, sin ser demente ella misma. Seguramente esto había precipitado las enigmáticas expresiones de Lucía. "Cualquier posible chispa del don que yo poseo -decía Joyce amargamente- ha sido transmitida a ella y ha encendido un fuego en su cerebro".
Su superstición tenía sus raíces en la casi telepática empatía que existía entre ellos. Él comprendía institivamente la abrasadora soledad de la enfermedad de Lucía. La locura nos arranca del lenguaje común de la vida, el lenguaje del que Joyce también se había apartado, o que había superado. Todos tememos en algún momento que "nuestro" mundo y "el" mundo estén irremediablemente separados. La psicosis es la realización de este temor. Uno piensa en aquel paciente maníaco sometido a un detector de mentiras, al que le preguntaron si se creía que era Napoleón. Replicó, "no", pero la máquina registró que estaba mintiendo. La inmersión de Joyce en los entresijos de la mente de Lucía era un intento de rescatarla de aquella doble mentira, un intento de mostrarle que él también hablaba su lenguaje. Y si él lo hablaba, entonces ¿cómo podía ella estar loca, o sentirse sola?

Hacia el amanecer
Michael Greenberg

Lucía Joyce fotografiada por Berenice Abbott

El derecho a una parcela de locura

18 de junio de 2005

A veces... cuando menos me lo espero encuentro historias maravillosas que satisfacen mi gusto por saber todo lo posible de la mente humana. Y un día, por casualidad, encontré una historia curiosa: en los albores del siglo XX un doctor relataba el caso de un insigne "loco" jurista. Cuando cayó enfermo de locura sus familiares lo recluyeron en un asilo y lo incapacitaron judicialmente. Tras varios duros y tristes años tomó la determinación de sobrevivir a sus crisis. Entonces escribió un libro, "Memorias de un neurópata", en el que contaba su excéntrica idea de que era objeto de una conjetura urdida por extrañas divinidades con el objeto de lograr su transformación en mujer (bueno, realmente suena algo absurdo), pero, gracias a su formación jurídica y a una dura batalla legal logró convencer al tribunal de su tesis: que a pesar de lo extravagante que pudiera parecer su concepción de si mismo y del mundo era plenamente responsable de si mismo y de sus bienes. Él lo logró y yo me alegro... y también me pregunto ¿por qué se les priva de su libertad individual a tantas inofensivas personas que fantasean con sus elucubraciones y al Señor Bush, por ejemplo, se le permite convertir al mundo entero en su particular y macabra locura?