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Un año con tu silencio

16 de mayo de 2010

Hoy, que vivo un año con tu silencio, quiero recordarte con tus palabras. Ojalá hayas encontrado tu luz y tu sol.

MI LUZ Y MI SOL, año 1980

¿Dónde está la luz
que se ha perdido?
¿Dónde está el sol
que ya no brilla?

¿Por qué todo a mi alrededor
se ha oscurecido,
sumiendo mi alma
en triste pesadilla?

¿Por qué voy errante
perdido en la noche
sin guía ni meta
que darle a mis pasos?,
buscando esa luz
que alumbre mi noche
buscando esa mano
que guíe mis pasos

Y no encuentro esa luz
porque el sol se ha apagado
y en noche perenne
mi alma camina.

Tan solo el recuerdo
que tú me has dejado
sobre todas las cosas
a mí me domina.

Porque tú eras la luz
que alumbraba mi vida
y el sol sobre el cual
yo giraba.

Y tu luz se apagó
abriendo una herida
en mi pecho dolido
porque yo te adoraba.


Aquilino Pérez Val

Me sentía pared

24 de mayo de 2009

Me pregunto qué pensará la pared sobre lo que le he contado esta tarde. Puede que la haya conmovido, quién sabe si se se está revolviendo en sus aristas porque siente ganas de doblarse y envolverme... Pero no puede.

Recuerdo tantos momentos de conversación contigo... Yo me sentaba y escuchaba. Escuchaba y escuchaba... encantada de hacerlo, tú hablabas y yo callaba, pero aquello era una auténtica conversación, un maravilloso diálogo. Con el sonido de tus palabras me llegaban además tantas cosas, y mi atento silencio te devolvía tantas otras...

Aquella tarde las horas no importaron. Puede que supiéramos que ya no habría tiempo para recuperarlas y las disfrutamos. "Y ya está. Esa es mi historia", pronunciaste al fin.

No imaginé entonces que tendría que escuchar de ti una última historia que no quería oír. Hace ya ocho días que me dijiste adiós. Pero yo me sentía pared. Porque no conseguía responderte. No podía devolverte silencio, no tenía palabras, no tenía nada. En mí se congeló el recuerdo de tantas veces que decías que no querías irte. Me inmovilizó tu lucha por aferrarte a la vida. No podía creer que no volverás a contarme todo aquello, que ya no tendré que sintonizarte más la radio, que no dormirás en mi habitación, que ya no te temblará la mano... No podía creerlo.

Hoy por fin han empezado a humedecerse mis ojos. Poco a poco, hasta que un fuerte torrente ha derribado por completo la pared. Siempre me preguntabas, "¿lo entiendes?" Ahora eres tú el que guarda silencio, así que esta vez hablaré yo, sé que esperas mi respuesta: sí, creo que lo entiendo. Lo entiendo.

Adiós abuelo...

Conversaciones con mi abuelo

9 de abril de 2009

Una historia que me contó el otro día mi abuelo durante la sobremesa. La transcribo tal y como él me la relató.

A mí me cogió la mili, y salíamos por la mañana a las ocho. Cuando nos levantábamos, había debajo del cuartel un ensanche muy grande. Y cerca de la carretera, todos los días, todos los días, todos los días: un camión, de guardias civiles, otro camión, de guardias civiles, otro camión, de hombres, otro camión de guardias civiles. Y había un descampado que estaba hecho para eso, allí se hacían prácticas de tiro. Había un terraplén y tal. Cuando veíamos pasar los camiones, a los diez minutos se oía “tatatatata”, “pompompom”. Si iban siete o diez, los fusilaban allí… y ya está. Y nosotros lo oíamos todos los días, todos los días. Por cierto, que como yo fui a la mili en el año 42, nos juntamos siete quintas en el cuartel: la 36, la 37, la 38, la 39, la 40, la 41 y la 42. Y contaban los más viejos, los de la 36 ó 37 un caso que se dio. Porque claro, allí al principio, cuando terminó la guerra, allí mataban a los condenados a muerte igual, pero los mataban los soldados del cuartel, los mismos soldados, ¿comprendes? La guardia civil iba alrededor haciendo guardia, vigilancia, pero el pelotón de piquetes lo formaban con los soldados que estaban allí en el cuartel. Entonces, nombran a un muchacho piquete, seguramente sería por sorteo. Una escuadra, que son seis, pues a lo mejor hacían un par de escuadras. Bueno, y había un descampado muy grande, después unas casas viejas, que había que atravesar, a continuación encontrabas otro descampado y allí estaba el muro del campo de tiro, donde fusilaban a la gente. Y nada, a este muchacho, le toca piquete. Había gente que se escandalizaba, claro, tenía que ir allí a matar, un hombre inocente a matar a otro inocente. Y nada, aquél chico estaba, pues como todos, asustaíco, muy asustaíco, y a la fuerza, como todo en aquella época, que se hacía todo a la fuerza. Entonces forman el piquete, bajan a los reos, y les ponen delante. - ¡Carguen! Y lo hace, pero cuando el muchacho levanta la cabeza, fue levantar el arma y caer al suelo redondo. Lo cogieron, y preguntaban - ¿Qué le pasa a este muchacho? Y uno que lo conocía dice… “Es que ahí delante está su padre”. Cuando levantó la cara, al que tenía que matar era su padre. Y a él le dio tanta impresión que cayó. Entonces, lo espabilaron, y le dijeron “venga, no pasa nada, venga”. Y a su padre lo apartaron. Y terminaron de hacerlo, fusilaron al resto. A otros soldados que había por allí les pidieron que se llevaran al muchacho. Y cuando, en el camino de vuelta, ya habían atravesado las casas viejas que ocultaban el campo de tiro, sonaron más disparos. Y el chico volvió a caer redondo al suelo. Y nada, a su padre lo habían fusilado, pero que le tocaba fusilarlo a él. Fíjate si ese tío pequeñico ha hecho daño. Eso era el régimen franquista.

Por última vez

9 de octubre de 2008

Con su mano sin fuerza y temblorosa cogió la mano curtida de su hija y recordó el remoto tiempo en que su manita diminuta le agarró con fuerza el dedo por primera vez.
Le pidió que le acompañara por última vez al lecho que frío para siempre ella hace tanto que dejó.
Le pidió que se sentaran por última vez a la mesa de la cocina en la que tantos buenos momentos saboreó.
Le pidió que le llevara al balcón para contemplar por última vez el recuerdo de la plaza encendida por las llamas de fallas.
Le pidió que le asomara a la ventana para escuchar por última vez la tertulia del banco bajo el árbol, ya sin su voz.
Le pidió que le tocara por última vez a la vecina de en frente.
Le pidió que cerrara las ventanas y quedaran un momento en silencio, para sentir por última vez el calor de hogar.
Le pidió que le dejara cerrar la puerta, por última vez, de su casa.
Le pidió que el coche abandonara lentamente el barrio, para poder robar por última vez un poco de su murmullo y su olor.

¿Cómo se hace la maleta de toda una vida? ¿Qué se mete? ¿Cómo se hace?

Aquilino y la lámpara maravillosa

15 de julio de 2008

Probablemente todos hemos tenido ese tipo de vacaciones: llega el verano y hay que ir a ver a la otra mitad de la familia, que vive en otro punto de la geografía española, normalmente en un pueblo con mayor o menor parecido a Verano Azul.

Ese tipo de vacaciones en mi caso ha pasado por tres fases, no sé si esto también será común.

- Fase 1: cuando eres pequeña. "Qué bien que voy a ver a abuelos, tíos, primas y demás parientes que tienen muchas ganas de verme, me dan regalos y me invitan a sus casas de campo con algo que se asemeja a una piscina en lo que podemos chapotear. Qué bien que voy a jugar con niños nuevos a cosas nuevas, qué bien que mi padre está relajado y tranquilo y pasa mucho rato conmigo y me lleva por ahí a comer gambas rojas".

- Fase 2: cuando eres adolescente. "Qué rollo que voy a ver al abuelo cascarrabias que me queda, tío, primas y demás personas que son mis familiares pero que yo no reconozco como tales porque casi no los veo ni hablo con ellos y me van a preguntar muchas cosas (lo mismo que el año pasado), me van a decir lo alta que estoy y van a contar sus batallas de siempre. Qué rollo que mi madre encima me obliga a poner buena cara y no me apetece salir con mis primas porque llevan una movida muy diferente a la que a mí me gusta y aquí no tengo amigos. Y yo quiero estar con mis amigos del alma, que ellos sí me entienden y qué hago yo sin mi recién estrenado novio... cuánto tuvo que sufrir Julieta... la entiendo, qué dramón de verano".

- Fase 3: cuando eres adulta y consciente (que no siempre coincide). Heme aquí en esta fase, quién me iba a decir. Casi toda la familia ya me importa un bledo porque ya una sabe quién es quién. Pero aquí está él, EL ABUELITO, ese ancianito de 87 años que camina encorvado y ayudado por dos bastones, hace ya años que conoce a la gente por sus zapatos y su percepción del mundo cada vez es más terrenal. Sufre de dolores causados por algunos de sus padecimientos y le tiemblan las manos. Está bastante sordo y cada vez ve más turbio (siempre me dice que estoy guapa). Él trata de no traicionarse a sí mismo y seguir siendo un gran cascarrabias, y claro, yo pienso que cada vez lo tiene más difícil pero en realidad no estoy segura de que sea él el que realmente haya cambiado.

Vine bastante convencida. Y llego a la casa, y me lleva a mi habitación y me señala la mesilla de noche, en la que hay una lámpara colonial con base de mármol y pantalla de cristal esmerilado, y la mitad del cable se encuentra dentro del cajón que está abierto lo justo para presionarlo y que el interruptor quede en el lado más cercano a la cama, para que no se mueva, para que sólo tenga que sacar un poco la mano para encencer y apagar. Es su lámpara de mesa, normalmente la tiene en su habitación. En la cocina tiene otra, porque él necesita siempre tener una lámpara con potente luz cerca para poder hacer las cosas, ya dije que ve turbio... Esta noche él se ha llevado a su habitación la lámpara de la cocina. Mañana por la mañana la volverá a llevar a la cocina. Y así hará cada día mientras yo esté aquí. Le he intentado explicar que yo no necesito esa lámpara, que puedo dar a la luz de la pared sin problema. Él no concibe que alguien no necesite una lámpara de mesita. No he insistido. La lámpara se queda ahí. Y yo estoy a sus pies. Es mi deseo.

Literatura barata que pretende ser muy grata (II)

21 de marzo de 2006

EL ANCIANO

¿Para qué habré nacido?
me decía, llorando un anciano
de barba de armiño.

Y en sus húmedos ojos
la clara mirada inocente de un niño.
¿Para qué habré nacido?
¿Para ver a los hombres luchar
entre ellos en cruel fraticidio?
¿Para ver la miseria?
¿Para ver cómo mueren
de hambre los niños?

¿Para ver el contraste que forman
el hambre, la envidia
y el vicio?
Que en trágica danza
de exterminio y luto
conducen al mundo,
sin otra esperanza,
a la triste agonía
de un moribundo.

¿Para qué habré nacido?
¿Para ver cómo mueren
de hambre y miseria los míos?

Enfermos de odio
de frío ateridos
sin otro consuelo
que la queja dolida
de los oprimidos.

Yo no juzgo el poder divino
pero una pregunta
acude a mi mente
¿Por qué, si es que hay Dios,
consiente tanto desatino?

Y elevando los ojos al cielo
de rodillas en tierra caido
y moviendo sus labios
como una plegaria, decía:

¿Por qué habré nacido?

Aquilino Pérez Val

Literatura barata que pretende ser muy grata (I)

28 de febrero de 2006

PERICO, LA NELA Y SU PADRE

A seis leguas de Capraleja
y a doce de la Morchó
existió una choza vieja
y su amo era un pastor.

Más animal que un cerrojo,
más bruto que un regimiento
y como le faltaba un ojo,
le conocían por el tuerto.

Su mujer era Tomasa
de genio fuerte y ligero,
cuando no tenía dinero,
daba miedo aquella casa.

La gata se llama Rosa,
y su suegra Disipela
y una hija fea y sosa,
que atendía por la Nela.

Era una noche de enero,
¡noche fría y destemplada!,
cuando los gatos maullaban
subidos en el alero.

En un rincón de la cuadra
dormía el tuerto a pierna suelta
y afuera un perro ladraba
barruntando la tormenta.

Cabalgando en un borrico
de color de tomatera
al paso de su carrera
llega a la choza Perico.

Lleva la ropa empapada
por el agua que caía
pero aun así se reía
porque iba a ver a su amada.
Con precaución y cautela
a la ventana ha llegado
y a golpes de su callado
da la señal a la Nela.

De pronto se abre una puerta
y una soga es lanzada
cuando se quiso dar cuenta
ya estaba junto a su amada.

¡Aquí estoy porque he "venío"!
- dijo Perico a la Nela
¡Enciende aunque sea una vela
porque estoy muerto de frío!

¡No sufras tú, mi señor!,
- dijo la Nela con calma
y señalando la cama.

- ¡Pronto entrarás en calor!
y ahora que te has secado,
háblame de tu querer.
- Antes quisiera comer
porque vengo desmayado.

Mas la Nela arrebolada
por una pasión inquieta
se sentó en una banqueta
y dijo muy colorada...

¡Aprovecha la ocasión,
Perico de mis amores,
arráncame el camisón
y ráscame para calmar mis picores!

¡Yo soy cual mata fogosa
que su aroma esparce al viento
si no me riegas el tiesto
se me va a pansir la rosa!

Mas Perico no escuchaba,
porque toda su atención
era comerse un jamón
que desde el techo colgaba.

De pronto, sobre la entrada
se escucha un fuerte ladrido
¿Oyes? le dice a su amada,
¡es tu padre! ¡estoy perdido!
y sin darle tiempo a nada
y de un gran empujón
se abre una puerta cerrada.

Entra el tuerto y un pachón
y la gata que asustada
se refugia en un rincón.

¡Mala hija! grita el tuerto,
muy lleno de indignación,
¿qué haces con este fulano
que señalo con mi mano,
dentro de tu habitación?

¿No ves hija maldita
que mi honor has mancillado
y que esa mancha que has echado
ni con el tutú se quita?

¡Y tú, tipejo ruin, indecente,
vas a pagar tu osadía,
por haber hincado el diente
al jamón que más quería!

Y sacando una corbilla
de segar la hierba tierna
dándole un golpe en la pierna
le hizo caer de rodillas.
Con otro golpe del mango,
Perico cierra la boca,
la Nela se vuelve loca
y se pone a bailar el mambo.

También enloquece el tuerto
por el espanto sufrido,
el pachón suelta un ladrido
y del susto queda muerto.

Y la gata que asustada,
ve la escena con horror,
parece decir ¡señor!
mas... se va sin decir nada.

Y así termina la historia
de la choza del pastor,
sacando esta moraleja:
no te metas con parejas
si entre ellas hay amor.

Aquilino Pérez Val