Probablemente todos hemos tenido ese tipo de vacaciones: llega el verano y hay que ir a ver a la otra mitad de la familia, que vive en otro punto de la geografía española, normalmente en un pueblo con mayor o menor parecido a Verano Azul.
Ese tipo de vacaciones en mi caso ha pasado por tres fases, no sé si esto también será común.
- Fase 1: cuando eres pequeña. "Qué bien que voy a ver a abuelos, tíos, primas y demás parientes que tienen muchas ganas de verme, me dan regalos y me invitan a sus casas de campo con algo que se asemeja a una piscina en lo que podemos chapotear. Qué bien que voy a jugar con niños nuevos a cosas nuevas, qué bien que mi padre está relajado y tranquilo y pasa mucho rato conmigo y me lleva por ahí a comer gambas rojas".
- Fase 2: cuando eres adolescente. "Qué rollo que voy a ver al abuelo cascarrabias que me queda, tío, primas y demás personas que son mis familiares pero que yo no reconozco como tales porque casi no los veo ni hablo con ellos y me van a preguntar muchas cosas (lo mismo que el año pasado), me van a decir lo alta que estoy y van a contar sus batallas de siempre. Qué rollo que mi madre encima me obliga a poner buena cara y no me apetece salir con mis primas porque llevan una movida muy diferente a la que a mí me gusta y aquí no tengo amigos. Y yo quiero estar con mis amigos del alma, que ellos sí me entienden y qué hago yo sin mi recién estrenado novio... cuánto tuvo que sufrir Julieta... la entiendo, qué dramón de verano".
- Fase 3: cuando eres adulta y consciente (que no siempre coincide). Heme aquí en esta fase, quién me iba a decir. Casi toda la familia ya me importa un bledo porque ya una sabe quién es quién. Pero aquí está él, EL ABUELITO, ese ancianito de 87 años que camina encorvado y ayudado por dos bastones, hace ya años que conoce a la gente por sus zapatos y su percepción del mundo cada vez es más terrenal. Sufre de dolores causados por algunos de sus padecimientos y le tiemblan las manos. Está bastante sordo y cada vez ve más turbio (siempre me dice que estoy guapa). Él trata de no traicionarse a sí mismo y seguir siendo un gran cascarrabias, y claro, yo pienso que cada vez lo tiene más difícil pero en realidad no estoy segura de que sea él el que realmente haya cambiado.
Vine bastante convencida. Y llego a la casa, y me lleva a mi habitación y me señala la mesilla de noche, en la que hay una lámpara colonial con base de mármol y pantalla de cristal esmerilado, y la mitad del cable se encuentra dentro del cajón que está abierto lo justo para presionarlo y que el interruptor quede en el lado más cercano a la cama, para que no se mueva, para que sólo tenga que sacar un poco la mano para encencer y apagar. Es su lámpara de mesa, normalmente la tiene en su habitación. En la cocina tiene otra, porque él necesita siempre tener una lámpara con potente luz cerca para poder hacer las cosas, ya dije que ve turbio... Esta noche él se ha llevado a su habitación la lámpara de la cocina. Mañana por la mañana la volverá a llevar a la cocina. Y así hará cada día mientras yo esté aquí. Le he intentado explicar que yo no necesito esa lámpara, que puedo dar a la luz de la pared sin problema. Él no concibe que alguien no necesite una lámpara de mesita. No he insistido. La lámpara se queda ahí. Y yo estoy a sus pies. Es mi deseo.
Ese tipo de vacaciones en mi caso ha pasado por tres fases, no sé si esto también será común.
- Fase 1: cuando eres pequeña. "Qué bien que voy a ver a abuelos, tíos, primas y demás parientes que tienen muchas ganas de verme, me dan regalos y me invitan a sus casas de campo con algo que se asemeja a una piscina en lo que podemos chapotear. Qué bien que voy a jugar con niños nuevos a cosas nuevas, qué bien que mi padre está relajado y tranquilo y pasa mucho rato conmigo y me lleva por ahí a comer gambas rojas".
- Fase 2: cuando eres adolescente. "Qué rollo que voy a ver al abuelo cascarrabias que me queda, tío, primas y demás personas que son mis familiares pero que yo no reconozco como tales porque casi no los veo ni hablo con ellos y me van a preguntar muchas cosas (lo mismo que el año pasado), me van a decir lo alta que estoy y van a contar sus batallas de siempre. Qué rollo que mi madre encima me obliga a poner buena cara y no me apetece salir con mis primas porque llevan una movida muy diferente a la que a mí me gusta y aquí no tengo amigos. Y yo quiero estar con mis amigos del alma, que ellos sí me entienden y qué hago yo sin mi recién estrenado novio... cuánto tuvo que sufrir Julieta... la entiendo, qué dramón de verano".
- Fase 3: cuando eres adulta y consciente (que no siempre coincide). Heme aquí en esta fase, quién me iba a decir. Casi toda la familia ya me importa un bledo porque ya una sabe quién es quién. Pero aquí está él, EL ABUELITO, ese ancianito de 87 años que camina encorvado y ayudado por dos bastones, hace ya años que conoce a la gente por sus zapatos y su percepción del mundo cada vez es más terrenal. Sufre de dolores causados por algunos de sus padecimientos y le tiemblan las manos. Está bastante sordo y cada vez ve más turbio (siempre me dice que estoy guapa). Él trata de no traicionarse a sí mismo y seguir siendo un gran cascarrabias, y claro, yo pienso que cada vez lo tiene más difícil pero en realidad no estoy segura de que sea él el que realmente haya cambiado.
Vine bastante convencida. Y llego a la casa, y me lleva a mi habitación y me señala la mesilla de noche, en la que hay una lámpara colonial con base de mármol y pantalla de cristal esmerilado, y la mitad del cable se encuentra dentro del cajón que está abierto lo justo para presionarlo y que el interruptor quede en el lado más cercano a la cama, para que no se mueva, para que sólo tenga que sacar un poco la mano para encencer y apagar. Es su lámpara de mesa, normalmente la tiene en su habitación. En la cocina tiene otra, porque él necesita siempre tener una lámpara con potente luz cerca para poder hacer las cosas, ya dije que ve turbio... Esta noche él se ha llevado a su habitación la lámpara de la cocina. Mañana por la mañana la volverá a llevar a la cocina. Y así hará cada día mientras yo esté aquí. Le he intentado explicar que yo no necesito esa lámpara, que puedo dar a la luz de la pared sin problema. Él no concibe que alguien no necesite una lámpara de mesita. No he insistido. La lámpara se queda ahí. Y yo estoy a sus pies. Es mi deseo.
3 secretos:
Mimalo guapa, que los abuelos necesitan muchos mimos y yo ya estoy deseando ver a la mia :)
Qué suerte de abuelito... ¡¡Me recuerda al de Heidi!!
Un besito y hasta pronto.
PD. Mi primera fase coincide totalmente con la tuya. La segunda no tanto, porque la adolescencia me tocó pasarla toda en el pueblo (y las vacaciones me venía a la ciudad, a pelear con mi tía Mari y de rebajas, qué cosmopolita...). La tercera es la peor de todas: cuando llevas al vida que quieres (o lo que más se le parece) pero tienes a tu madre lejos para compartirla y tienes que ir a verla cuando tengo un hueco... Al fin y al cabo, una madre es una madre.
Nayra: Sí, la verdad es que es triste ver como hay gente que pierde la memoria hasta con seres tan cercanos...
Ojhala: Tienes razón, una madre es una madre...
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