¿Qué puede más? ¿Una fuerza imparable o un obstáculo insalvable? ¿El mayor plan de impulso económico de la historia o la recesión más grave jamás conocida? Está por ver, pero al menos ha regresado algo de optimismo. “Éste es el día en el que el mundo se une para contraatacar”, asegura un épico Gordon Brown. “Es histórico”, repiten todos los líderes del G20 en distintas lenguas, con distintos acentos. ¿Es el principio del fin de la crisis? Es pronto para decirlo. Al menos es un buen principio.
A diferencia de la anterior cumbre del G20 en Washington, en esta ocasión el comunicado oficial no es una recopilación de cantos al sol, sino que establece medidas concretas; tan claras como sus largas filas de ceros. Tan contundentes que, desde hoy, al plan Marshall habrá que ponerle un diminutivo.
“Es un nuevo orden económico” , “un plan Marshall global”, afirma Gordon Brown. Las similitudes con aquella formidable inversión estadounidense, que permitió la recuperación de Europa tras la guerra, son más que obvias. Otra vez se trata de una inversión tan necesaria como rentable para los que la promueven, pues ayudar a los países en dificultades para que así vuelvan a consumir, permitirá que la economía gire de nuevo. A diferencia de las anteriores grandes montañas de dinero contra la crisis, estos 1,1 billones de dólares están destinados a ayudar a los países, no a los banqueros.
La mayor parte de estos recursos estarán en manos del FMI, que los repartirá en forma de créditos a las naciones emergentes y en desarrollo, ahogadas por la sequía financiera. Aún faltan muchos detalles por cerrar que no son banales. El primero, garantizar que el FMI no vuelva a sus malas costumbres y aproveche ese dinero para imponer su política económica, recortes en el gasto social y privatizaciones de las empresas públicas; esa receta hoy tan cuestionada. Tampoco está garantizado qué los países más pobres, los que más lo necesitan, accedan a las ayudas. A ellos, los que menos tienen, no les ha tocado el gordo, pero sí la pedrea: un 10% del nuevo plan, 106.000 millones de dólares.
No todo es dinero. También están también las reglas. “La era del secreto bancario se ha terminado”, proclamó orgulloso Sarkozy, haciendo suyo uno de los párrafos más contundentes del comunicado, una frase que lleva su firma. Una vez más, es un buen comienzo, pero habrá que esperar a ver cómo sigue la película. Hace apenas unos meses habría sido impensable un mensaje tan duro de un foro como éste, que representa el 80% de la economía del planeta. Sin embargo, está por aclarar qué entiende el G20 por paraíso fiscal, pues el comunicado remite a una lista negra de la OCDE donde, según publica Le Figaró, lo que más abundan son los grises. Si esto es todo, amigos, el infierno de la evasión de impuestos seguirá tan lleno como siempre.
Pero más allá de los detalles, de los ceros, de la ilusión y la decepción de las medidas finales, lo que sí es cierto es que de aquí no ha salido un Bretton Woods, sino algo mucho más importante, aunque el capitalismo no haya sido refundado. En aquella cumbre donde se sentaron las bases de la economía actual, el mundo estaba dividido. Fueron las reglas del bloque occidental, en parte como respuesta ante el empuje amenazante del bloque soviético. Lo que queda de aquel comunismo estaba ayer aquí, sentado junto a Obama. La cumbre de Londres es el estreno de algo mucho más grande que la crisis: el primer decreto ley de un auténtico gobierno mundial.
Por Ignacio Escolar
1 secretos:
Público ha perdido mucho desde que Escolar no es el director. Espero que vuelva a tener otra oportunidad en un medio de gran difusión. Es de los mejores periodistas de este país.
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